El mito de la baja densidad. No todo lo verde es sostenible.
- Marina Rocarols
- 25 may
- 3 Min. de lectura
Durante décadas, nos han vendido la imagen idílica del #suburbio como el paradigma del buen vivir: casitas con jardín, calles tranquilas, muchos árboles y un silencio que parece garantía de bienestar. ¿Quién podría pensar que algo tan verde y apacible podría ser insostenible? Pues bien: casi todos. Y ahí está el problema.

El “Urban sprawl” (ese modelo en el que una gran superficie de suelo se ocupa con pocas viviendas, separadas, con usos urbanos segregados) se percibe, intuitivamente, como ecológica. Tiene árboles, césped y pájaros cantando. Pero una mirada un poco más rigurosa revela que esta forma de ocupación del territorio es, en realidad, un agujero negro de recursos. No es verde. Es #greenwashing.
Tomemos, por ejemplo, ese césped perfectamente cortado que rodea tantas viviendas unifamiliares: estéticamente neutro, inútil ecológicamente, y además, devorador de agua. Solo tiene sentido en Inglaterra, donde llueve hasta cuando no llueve. Por eso allí inventaron el #golf, claro. En cualquier otro clima, mantener ese pequeño campo de Wembley detrás de casa es un despropósito ambiental disfrazado de buena educación paisajística.

Y eso es solo el principio. Hablemos de movilidad: en los barrios de baja densidad es prácticamente imposible desplazarse sin coche. No hay comercio de proximidad ni #transporte público eficiente. Todo (trabajo, escuela, supermercado, ocio) está lejos. Así que se impone el #vehículo privado, con todo lo que ello implica: emisiones, atascos, consumo energético y, cómo no, más suelo asfaltado. Una vida que parece tranquila pero que, en realidad, viene con escape de humo incluido.
Y ya que hablamos de suelo: la baja densidad devora territorio como si no hubiera un mañana. Porque claro, para que cada uno tenga su parcelita, su seto, su rincón de silencio y su barbacoa, hay que extenderse. Mucho. Y ese “extenderse” tiene un precio altísimo: fragmentación ecológica, pérdida de suelo fértil, encarecimiento de #infraestructuras y servicios públicos (¿te has parado a pensar lo que cuesta llevar agua, luz y recogida de residuos a una urbanización dispersa?). Todo ello para sostener un estilo de vida que se disfraza de armonía natural, pero que en realidad es una máquina de alto consumo diario.

¿La alternativa? No son las torres de 20 plantas ni los guetos verticales de hormigón sin alma. La respuesta está, como en tantas cosas, en el equilibrio: la densidad media. Ese modelo de ciudad de bloques de tres o cuatro alturas, donde los árboles siguen tocando las ventanas, los pájaros cantan, el aire circula, y en la planta baja hay una panadería. Esa #ciudad caminable, donde el contacto humano es posible, la eficiencia de recursos es mayor y la vida, sencillamente, más rica. Social, ecológica y emocionalmente.

No se trata de demonizar a quien vive en una #urbanización. Muchos lo hacen buscando paz y naturaleza. Pero necesitamos, urgentemente, dejar de confundir "verde" con sostenible y "tranquilo" con bueno para el planeta. Lo que toca ahora es cambiar el mindset: entender que #sostenibilidad también es compacidad, mezcla de usos, #movilidad eficiente y equidad territorial. Y que podemos diseñar ciudades más amables sin necesidad de alejarnos tanto del mundo.
Aún podemos construir un futuro deseable, pero no lo haremos loteando la periferia con chalets rodeados de césped sediento. Lo lograremos entendiendo que la ciudad bien pensada no es la solución: la densidad media, bien diseñada, puede ofrecer #privacidad, #tranquilidad y contacto con la #naturaleza sin devorar territorio ni depender del coche. Sabemos hacerlo. Solo falta que arquitectos, urbanistas, promotores y asesores inmobiliarios acuerden un cambio real de mindset, alineando diseño, mercado y #planificación con un modelo de ciudad #sostenible, conectado y a la altura del presente que habitamos.
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