Gentrificación: la colonización del siglo XXI con espuma de leche vegetal
- Marina Rocarols
- 14 may
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 25 may
He vivido en Barcelona #BCN, en Berlín #BER y en Playa del Carmen #PDC. Tres ciudades que me han regalado inspiración, creatividad y arraigo. Tres lugares únicos... pero también escenarios de un proceso silencioso que está transformando nuestras urbes: la #gentrificación.
Se habla de gentrificación como si fuera una consecuencia natural del progreso, algo que ocurre sin culpa, sin conflicto, como una primavera inmobiliaria. Pero no. La gentrificación no es una estación del año. Es un fenómeno profundamente desigual que, disfrazado de modernidad, expulsa, disuelve y disfraza. Es una forma de colonización boutique, donde ya no llegan barcos sino bicicletas fixie, expatriados con MacBooks y brunch de aguacate servido sobre mesas de madera reciclada.

A menudo se explica la gentrificación como una “transformación bonita del barrio”. Se habla de nuevas cafeterías, tiendas monas y “potencial urbano”. Pero no se menciona a los vecinos expulsados porque ya no pueden pagar el alquiler. Ni una palabra sobre la cultura y las economías locales desplazadas por el marketing de las franquicias con apariencia de tiendas artesanales. Tampoco se dice que detrás de ese cambio tan "mono" hay especulación, precariedad y desarraigo.
Ese tipo de discursos blanquean la violencia urbana. Y lo peor es que provoca que muchos profesionales del sector inmobiliario lo reproduzcan sin maldad, pero también sin conciencia. “Estamos trayendo vida a una zona muerta”, dicen. Traducción: no era visible para los turistas ni para Instagram. “Aquí antes no había nada”, dicen. Nada que tú valoraras, claro. Pero había gente, historia, olor a pan por la mañana, niños jugando en la calle y abuelas en la ventana. Todo eso desaparece cuando el barrio se “pone de moda” y deja de ser un barrio para convertirse en un producto.

La gentrificación no empieza con los promotores inmobiliarios, empieza con artistas, estudiantes, madres solteras, músicos... personas que dan vida a lo que antes estaba abandonado o aún no explotado. Y en cuanto la vida aparece, llega el #mercado con la #plusvalía inmobiliaria. Los precios suben, el alquiler se vuelve imposible, y los primeros que revitalizaron el barrio son expulsados por no poder pagar la fiesta. El patrón es siempre el mismo: se identifica un territorio “interesante”, se entra, se transforma, se revalora, se expulsa al original y se lucra el nuevo.
Un expat es esa categoría especial de inmigrante cualificado que, a diferencia del que migra por necesidad, lo hace por privilegio. Buscan #autenticidad, calidad de vida, “vivir como un local”... pero muchas veces lo hacen sin mezclarse, sin aprender el idioma, sin implicarse. Colonizan sin saberlo. Y la diferencia entre integrarse y colonizar está justo ahí: en el interés genuino por la cultura que te acoge.

Lo más irónico es que a menudo se justifica la gentrificación diciendo que “atrae #turismo”. Pero el turismo que viaja buscando alma, historia y verdad, no se queda en barrios convertidos en decorados. No repite. Porque si todas las ciudades se parecen, si todo huele a marketing nórdico y nombres en inglés, ¿para qué viajar?
Todos los que trabajamos en el mundo inmobiliario, no estamos al margen de esto. Cada venta, cada reforma, cada “oportunidad de inversión” que impulsamos, tiene impacto. Podemos elegir entre construir una ciudad real o vender una versión blanqueada y vacía. No repitamos discursos vacíos. Cuestionémoslos Antes de vender un barrio, entendamos su historia. Dejemos de vender sólo “potencial” y empecemos a vender presente con raíces. Seamos parte de la solución, no del decorado. Seamos parte de una nueva manera de hacer #ciudad.
En Rocarols Studio no vendemos mitos. Diseñamos, analizamos y soñamos ciudades con alma, con memoria, con futuro. Y sí, tenemos claro que la gentrificación no es inevitable. Es una decisión humana. Y como toda decisión humana, puede repensarse.
El texto que compartiste plantea una crítica lúcida y emocionalmente honesta sobre la gentrificación, entendida no como una simple evolución urbana, sino como un proceso de desplazamiento disfrazado de modernidad. Aunque existen discursos que intentan presentarla como algo positivo —hablan de barrios “revitalizados”, del “aumento del valor inmobiliario” o de una supuesta mejora en la seguridad—, para quienes habitan esos barrios desde hace años, estos argumentos simplemente no tienen sentido.
Para los residentes locales, la gentrificación no trae mejoras, sino pérdidas. La primera y más evidente es el desplazamiento. A medida que suben los precios del alquiler y el costo de vida, muchas personas —especialmente aquellas con ingresos limitados— se ven forzadas a abandonar sus casas. No se van porque…